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6 experiencias infantiles negativas que sufrimos de adultos

SEIS EXPERIENCIAS NEGATIVAS EN NUESTRA INFANCIA QUE NOS ACOMPAÑAN Y SUFRIMOS EN LA EDAD ADULTA

EXPERIENCIAS VIVIDAS EN LA INFANCIA

 

Las heridas físicas se ven, pueden tardar más o menos en sanar, pero cicatrizarán y en muchas ocasiones la marca termina desapareciendo, pero con las emocionales eso no suele ocurrir. Son heridas que pueden “sangrar” internamente toda la vida, invisibles a los ojos de los demás y muchas veces invisibles mientras se forman. Estas son las que determinarán los adultos en los que nos convertiremos.

Las experiencias vividas en la infancia, las pérdidas, la disponibilidad de nuestros cuidadores, la forma en la que aprendamos a vincularnos con los otros, etc., quedan grabadas en nosotros como una huella y forman parte del desarrollo de nuestra personalidad y en muchas ocasiones determinarán cómo seremos como adultos y cómo nos relacionaremos con los demás.

Cuando existen experiencias negativas que nos han marcado, bien por ser inesperadas o prolongadas en el tiempo, la repercusión en nuestro yo adulto puede ser muy negativa, por eso es importante tener en cuenta que no hay que olvidar al niño que fuimos, ni lo que vivimos para poder comprender por qué somos como somos y poder ayudarnos a nosotros mismos.

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EXPERIENCIAS NEGATIVAS INFANTILES

La mayoría de nuestras experiencias durante la niñez, las vivimos en el entorno familiar, por eso, también suele ser en este entorno y en las primeras experiencias escolares, donde se abran nuestras heridas

  • Apego: La primera vinculación afectiva es con nuestros progenitores y/o nuestros cuidadores, con ellos aprendemos, incluso antes de hablar, a sentirnos seguros, a tener a alguien disponible, que nos cuidará, que nos calmará. Es muy importante desarrollar un buen apego, para poder tener relaciones sanas en la adolescencia y en la edad adulta. Cuando nacemos no podemos decir esto, ni hacer mucho nada porque esto sea así, porque no podemos comunicarnos verbalmente, desentenderá de los otros. Cuando esto no ocurre es muy probable desarrollar un tipo de apego inseguro que influirá en cómo nos relacionemos con los demás en la edad adulta, mostrándonos ansiosos y/o distantes en nuestras relaciones, excesivamente disponibles o evitando a los demás para que no nos dañen, etc. Es un factor fundamental en el desarrollo de nuestra personalidad.

  • Desconfianza: Cuando desde niño se viven situaciones en las que el menor se siente constantemente traicionado, le dicen algo, pero actúan de otra forma, los mensajes que recibe son contradictorios, etc., no elaborará un sentimiento de confianza hacia los demás, estará siempre alerta en sus relaciones, analizará y juzgará lo que los demás hagan, se sentirán inseguros, desde esa experiencia vivida en su infancia.

  • Pérdida o separación: Cuando se sufre la pérdida de uno de los progenitores, una separación o una atención negligente, esto generará una serie de reacciones emocionales en el niño, que de no ser atendidas se convertirán en heridas que perdurarán en la edad adulta como son:

    • Miedo al abandono: La soledad se convertirá en un monstruo del que intentarán escapar a toda costa, cuando las figuras de apego no han estado disponibles, bien por fallecimiento o por separación, estas personas de adultas se vincularán desde la ansiedad a no ser abandonados, a no quedarse solos, ocuparán su tiempo en estar con los demás, vivirán con mucho miedo cualquier separación y sufrirán una gran inestabilidad emocional a la hora de reaccionar ante situaciones cotidianas de cualquier relación, viviéndolo como un abandono.

    • Olvidarse de uno mismo: Junto con el miedo al abandono, suele ser frecuente que si en la infancia hemos vivido alguna de las situaciones expuestas anteriormente, la persona crezca estando más pendiente de los demás que de uno mismo, olvidándose de sus necesidades, cuidando a los demás más que a si mismos, permaneciendo disponible para todos en cualquier momento, generándole un enorme desgaste mental y emocional y no permitiéndole disfrutar de sus seres queridos, porque ante cualquier situación que no puedan controlar o en la que no puedan ayudar, se sentirán frustrados y no válidos para el otro.

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  • Rechazo y/o castigo: Cuando crecemos en un ambiente excesivamente autoritario, en el que cualquier conducta se castiga desde un punto de vista destructivo y no educativo, las relaciones sociales en la edad adulta se verán seriamente perjudicadas. Pueden ser adultos, que se aíslen, que no disfruten de las relaciones con los demás, que rechacen a los otros por miedo a ser rechazados ellos mismos y que permanezcan en una soledad insana la mayor parte del tiempo sin socializar. En esta herida incluimos también la parte afectiva, no solo la conductual, cuando un niño no recibe afecto o es castigado con la ausencia de él por algún error que haya cometido, su autoestima será dañada y no tendrá una estructura sana, creciendo con pensamientos como por ejemplo de no ser una persona que merezca cariño o que no es suficiente para los demás.
  • Violencia: Haber vivido en un entorno violento física y/o verbalmente, haber sufrido abuso, afectarán a la estructura de la personalidad del niño. Tanto si la vivencia traumática ha sido puntual, como si se ha prolongado en el tiempo, sino es ayudado con atención especializada, el trauma puede perdurar toda la vida, siendo personas que en la edad adulta puedan sufrir diversas patologías mentales, relacionadas con sus experiencias en la infancia.

Estas, son algunas de las experiencias negativas que podemos vivir en nuestra infancia y que nos afectan en la edad adulta de un modo perjudicial. En muchas ocasiones pensamos que el cambio no es posible, que toda la vida hemos sido así, que lo que nos hicieron es irreparable. Sin embargo, el cambio es posible, se puede sanar cuando conocemos de donde viene esa herida, por mucho tiempo que lleve sangrando, puede cicatrizar.

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Autora: Oceanía Martín Recio
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