Negligencia y Desapego en la infancia

NEGLIGENCIA Y DESAPEGO- Cómo la negligencia afectiva en el niño repercute en la vida adulta

Qué es la negligéncia y el desapego

Podríamos definir negligencia como la incapacidad de los padres o de las figuras cuidadoras principales de un niño, de satisfacer sus necesidades básicas tanto físicas y materiales, tales como la alimentación, el abrigo, el vestido, la higiene, como afectivas y emocionales. Estas últimas, que son precisamente en las que nos vamos a centrar en este texto, nos referimos a la ausencia o escasa iniciativa de los padres en lo que respecta a la interacción con el niño, así como la ausencia o escasa respuesta a cualquier intento de interacción por parte del niño hacia ellos, como pueden ser el llanto, una sonrisa, o cualquier otro intento de acercamiento, por ejemplo: echar los brazos.

¿A qué nos referimos con negligencia emocional?


Muchas veces esto se debe a que los padres[1] o cuidadores, con sus propias circunstancias y limitaciones, no son capaces de entender o de responder de una forma efectiva a las necesidades emocionales básicas del niño, y no son conscientes de desatender cosas que son importantes para el mismo.

Así como la negligencia física es más fácil de detectar por sus evidentes y visibles  signos y consecuencias, la negligencia emocional pasa desapercibida y se materializa en forma de daño emocional silencioso, provocando, como veremos a lo largo del texto, que en la edad adulta haya una sensación persistente de desamparo, y una dificultad de reconocer y validar sus propias emociones. Además los padres, muchas veces no suelen ser conscientes de que su actitud esté afectando al desarrollo emocional del pequeño de esa forma. Sin embargo, los estudios a este respecto han demostrado que la negligencia emocional deja más huella que la negligencia física incluso en sus formas más extremas (maltrato físico o abuso).

Cuando hablamos de negligencia emocional no debemos pensar exclusivamente en familias desestructuradas graves, sino también en que esto puede estar sucediendo en familias socialmente adaptadas. Digamos que tendríamos un espectro de todo tipo de familias con niveles socioculturales diferentes que manifiestan la negligencia en muchas de sus formas, de las menos a las más graves.

En líneas generales, podríamos decir que para el correcto desarrollo del niño serían necesarios dos parámetros básicos: el afecto y los límites. Lo ideal sería conseguir un equilibrio entre ambos. Padres afectuosos que entienden y validen las necesidades y emociones de niño, pero que a la vez marcan límites claros.

La desigualdad en la balanza, tanto por exceso como por defecto, en ambos parámetros puede generar que el niño sienta diferentes formas de frustración y fomenta la aparición de patrones de apego que en muchos casos pueden generalizarse cuando se convierte en adultos y se relacionan con sus iguales.

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Consecuencias en la edad adulta de la negligencia durante la infancia

Como psicólogos, nos damos cuenta de que muchos de los casos que nos llegan a nuestra consulta están muy relacionados con problemas afectivos en todas sus formas: déficit en el reconocimiento y la gestión emocional, desconexión, sentimiento de exigencia y culpa, dependencia y relaciones tóxicas, etc.

Muchos de estos problemas derivan de lo que hemos estado tratando a lo largo de este artículo.

En líneas generales, las personas que han sufrido de negligencia emocional, aunque no hayan sufrido abandono ni violencias graves, padecen una serie de problemas que iremos describiendo a continuación.

Cuando una persona está sometida durante la infancia a experiencias continuadas de desapego, por pura supervivencia, tenderá a normalizar las conductas negligentes de los adultos que le cuidan, y desarrollará con mucha probabilidad, la capacidad de disociarse de las emociones negativas que pueda estar sintiendo. Digamos que se produce una especie de efecto anestésico ante el dolor emocional que hará que en la edad adulta tenga dificultades para reconocer las situaciones en las que se está sintiendo no cuidado e incluso abusado.
 
Se generará pues a nivel inconsciente una falsa creencia de que, si los adultos a su cargo no le han sabido entender y cuidar, será porque sus emociones no son importantes y no merecen ser atendidas. Ocurrirá lo mismo con las necesidades del bebé. Se da por hecho que una madre o la persona principal a su cargo, es capaz de discernir cuando un bebé llora porque tiene hambre y cuando lo hace porque hay que cambiarle el pañal, y esto no es siempre así. Ese niño de algún modo interioriza nuevamente que sus necesidades no deben ser atendidas de manera prioritaria o el hecho de que a lo mejor no es capaz de entender bien que necesita.

Esto a su vez generará con mucha probabilidad la incapacidad como adulto de reconocer y satisfacer las necesidades reales que pueda tener. Estas pasan a un segundo plano, y se antepondrán otras cosas que no son tan importantes e incluso las necesidades ajenas antes de las propias. A nivel emocional pasará algo semejante: el reconocimiento, la validación y la aceptación de las propias emociones será cuestionada y será deficitaria, y además, a estos adultos les costará gestionar y expresar las emociones de una forma asertiva. En resumen, serán adultos que no confíen en sus sensaciones, sus emociones y su intuición.

Un forma de crianza negligente no facilitará al adulto una estructura sólida en la que desarrollarse a nivel individual ni social, ni le dará reglas o límites, y esto dificultará al adulto el cómo enfrentarse al mundo a todos los niveles. Pueden convertirse en personas muy dependientes e inseguras, con una baja autoestima. Por otro lado, puede haber casos en los que hayan optado por sacarse ellas mismas las castañas del fuego, precisamente por la imposibilidad de los adultos de sacárselas. En estos casos será muy frecuentes la aparición de adultos muy autoexigentes, autodisciplinados y culpabilizadores cuando perciben que son incapaces de gestionar ciertas situaciones.

Desde la psicoterapia se pueden abordar este tipo de problemáticas, ayudando a la instalación de nuevos recursos, trabajando la autoestima y las emociones y sanando esas partes de la infancia dañadas, otorgándoles una nueva significación, para poco a poco conseguir que nuestra vida afectiva como adultos sea más satisfactoria.

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[1] Nota: utilizaré a lo largo del texto el término “padres”, para referirme tanto a ellos como a cualquier figura de apego significativa en la infancia del niño, pudiendo ser ésta abuelos, amigos, hermanos, etc.

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Autora: Cristina Marin
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