Jacques Lacan: aportes psicoanalíticos

Sobre Jacques Lacan (Segunda parte)

En el artículo anterior se esbozaron de forma breve algunos de los aspectos más curiosos y característicos de Jacques Lacan. Esta no es sino una continuación de lo anterior, donde profundizaremos de forma sintética en una de las categorías diagnósticas descritas por Lacan: la neurosis.

Retomando lo dicho en el anterior artículo, el abordaje lacaniano del diagnóstico puede parecer extraño y simplista para aquellos profesionales familiarizados con otras categorías como es el caso del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). El objetivo de este artículo es describir una alternativa en un contexto donde la psicología ha tendido en gran medida a aproximarse a la medicina -y por ende, a la psiquiatría-, intentando operativizar y cuantificar aspectos que, al fin y al cabo, resultan intangibles.

El diagnóstico lacaniano, en lugar de multiplicar las categorías diagnósticas, incluye tres categorías principales: neurosis, psicosis y perversión. A diferencia de otras categorías diagnósticas, proporcionan una aplicación inmediata al terapeuta, guiándole en sus objetivos e indicando la posición que éste debe asumir en la transferencia.

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Un aspecto interesante de este abordaje es que las personas que son habitualmente consideradas “normales” (Cabría preguntarse qué es normalidad y qué no lo es) no tienen una estructura especial propia. Por lo general, son neuróticas en términos clínicos. Esto quiere decir que el mecanismo de defensa básico es la represión.

Freud sostenía lo siguiente: “Si adoptamos un punto de vista teórico y desatendemos el aspecto de la cantidad, podemos afirmar que todos estamos enfermos, o sea, que todos somos neuróticos, ya que las precondiciones para la formación de síntomas, a saber, la represión, también pueden observarse en personas normales”.

Estructura lacaniana: neurosis, psicosis y perversión

A diferencia de otras estructuras como la psicosis, la neurosis se caracteriza por la instauración de la llamada Función paterna, la asimilación de la estructura esencial del lenguaje, la primacía de la duda sobre la certeza, un considerable grado de inhibición de las pulsiones que se opone a su puesta en acto libre de inhibiciones, la tendencia a encontrar más placer en el fantasma que en el contacto sexual directo, el ya mencionado mecanismo de la represión, el retorno de lo reprimido en forma de lapsus, actos fallidos síntomas, etc.

A diferencia de la perversión, la neurosis implica el predominio de la zona genital frente a otras zonas erógenas, cierto grado de incertidumbre respecto de lo que excita y lo que no o una importante dificultad para lograr la satisfacción aún sabiendo lo que excita.

La represión en la teoría Lacaniana

Lo esencial en la represión no es que el afecto esté suprimido, sino que está desplazado y es irreconocible” Lacan, Seminario XVIII, p.168.

Como decíamos anteriormente, el mecanismo fundamental que define la neurosis es la represión. Este mecanismo es el responsable de que, mientras que, en la psicosis, tal y como veremos en el siguiente artículo, el paciente es capaz de revelar toda su “ropa sucia” sin aparente dificultad, el neurótico mantiene esas cosas ocultas para los demás y para sí mismo. A diferencia de la neurosis, en la psicosis no hay inconsciente, ya que éste es resultado de la represión.

La represión puede ser descrita como la expulsión de la psique de pensamientos o deseos que no son aceptables para nuestra visión de nosotros mismos o para nuestros principios morales. Además, ésta puede explicarse como una atracción ejercida por el núcleo del material reprimido “original” sobre elementos relacionados con él. La represión no implica la absoluta y completa eliminación de ese pensamiento, al contrario que en la psicosis, como veremos que sí ocurre. En la neurosis, la realidad y sus elementos son afirmadas en un sentido muy básico pero desalojados de la conciencia. El afecto y el pensamiento están conectados, tal y como defienden también terapias de corte cognitivo como la Terapia Racional Emotiva de Albert Ellis. La represión ejerce una separación, “un divorcio” entre el afecto y el pensamiento, siendo éste excluido de la conciencia.

Este es el motivo por el cual los analistas a menudo se encuentran con personas en consulta que dicen sentirse vacíos, tristes, ansiosos o culpables sin saber por qué. O bien las razones que esgrimen no parecen corresponderse en modo alguno con la magnitud del afecto que los acompaña. La carga afectiva perdura cuando el pensamiento ha sido reprimido, llevando a la persona a buscar explicaciones a ese sentimiento. Esto, es decir, la ausencia del pensamiento pero la presencia de un afecto arrollador son muy comunes en la neurosis histérica.

En la neurosis obsesiva, el pensamiento puede estar presente pero no suscitar afecto alguno. Tenemos por ejemplo pacientes que relatan haber sufrido acontecimientos gravísimos pero éstos no suscitan absolutamente ninguna reacción afectiva. Aquí, el analista trata de traer esos afectos disociados al aquí y ahora del análisis.

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El retorno de lo reprimido
 

Cuando un pensamiento se reprime, queda latente, no desaparece. Trata de expresarse allá donde pueda, conectándose con otros pensamientos relacionados. Estas expresiones adoptan la forma de lapsus, sueños, actos fallidos y síntomas. En este sentido, Lacan afirmaba que “lo reprimido y el retorno de lo reprimido son uno y el mismo”. Aquello que ha sido apartado de la conciencia aparece de forma maquillada a través del olvido de un nombre, la rotura “accidental” de un regalo, o el rechazo hacia el cariño de una madre que desvela la represión del niño de su deseo por la madre. Otro ejemplo de esto son las interrupciones o irrupciones. Existen multitud de ejemplos para exponer el retorno de lo reprimido. En cualquiera de estos casos, algún deseo está siendo sofocado. Para Lacan, el síntoma neurótico cumple el papel de la lengua que permite expresar la represión (Seminario III, p.72). Se trata de un mensaje dirigido al Otro. 

La insatisfacción del deseo y el deseo imposible o neurosis histérica y neurosis obsesiva
 

El neurótico obsesivo se caracteriza por su deseo imposible. El obsesivo puede, por ejemplo, anular o negar al Otro. Por ejemplo, mientras hace el amor, el neurótico obsesivo puede fantasear que está con otra persona, negando de esta manera la importancia de la persona con la que está. El deseo en la neurosis obsesiva es imposible: cuanto más próximo a su satisfacción se encuentra el obsesivo lo sabotea. Es por ello, por ejemplo, que en la neurosis obsesiva sea frecuente encontrar narrativas de una persona (el obsesivo) que se enamora de alguien inalcanzable o establece requisitos extremadamente estrictos a sus parejas y allegados.

         En la neurosis histérica, el sujeto adopta la posición de objeto de deseo del Otro. Asimismo, el sujeto puede identificarse con un par y desearlo como si fuese él. Es decir, desea como si estuviese en su posición. A menudo podemos encontrarnos con parejas donde uno aprecia ciertas cosas y el/la contrario/a acaba deseándolas. En la histeria, se detecta en el Otro un deseo, un consecuente posicionarse como objeto de satisfacción de ese deseo pero luego negar dicha satisfacción para seguir manteniéndolo vivo (el deseo).

La neurosis obsesiva y la neurosis histérica en el análisis

Dado que el obsesivo intenta neutralizar al Otro, cuanto más obsesivo sea, menores serán las posibilidades de que se analice. El obsesivo puede, intelectualmente, llegar a aceptar la existencia del inconsciente, pero no la idea de que éste es inaccesible sin la ayuda de otra persona. Refiere dificultades, pero se limita a hacer un “autoanálisis” que toma la forma de llevar un diario, escribir sus sueños o preocupaciones de la semana. Comúnmente, el obsesivo vive su vida en rebelión contra uno o todos los deseos de sus padres, pero niega cualquier relación entre lo que hace y lo que sus padres quisieron que hiciera.

La primera maniobra que ha de efectuar el analista es asegurarse de que el obsesivo entienda que el Otro no puede ser anulado o pasado por alto. Es decir, tratará de impedir los intentos del obsesivo de repetir eso con el analista. Los analistas que trabajan con obsesivos están familiarizados con la tendencia de estos pacientes a hablar y hablar, interpretarse a sí mismos o asociar, sin prestar atención a las puntuaciones del analista. Éste muchas veces ha de hacer un auténtico esfuerzo para evitar que el obsesivo arrase con sus intervenciones, ya que suele tener la sensación de que el paciente se interpone en el camino de lo que quería decir.

Podemos pensar, teniendo en cuenta lo anterior, que en la neurosis histérica el paciente será un paciente ideal, ya que éste está atento al deseo del Otro. Asimismo, el paciente quiere saber en estos casos. Es por esto que en la histeria es fácil pedir la ayuda del analista, pero también es difícil para ella trabajar una vez está en el proceso analítico.

En el caso de que el analista acceda a darle al paciente lo que busca, es probable que éste lo cuestione, lo desarme y encuentre la falla en el saber del analista: esto la convierte en la prueba de que puede complementar el saber del analista. A menudo pueden resultar un desafío para los terapeutas, dado que pueden hacerles sentir que no están a la altura de la comprensión de la situación. Se convierten así en amos del saber del analista, ya que le empujan a saber y prontamente. En la histeria es frecuente que el sujeto traiga un nuevo síntoma cuando el anterior se resuelve.

 

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Autor: Alvaro Narvaiza

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