EMDR, Terapia Efectiva y Revolucionaria

EMDR, la terapia revolucionaria

Qué es la terapia EMDR

Que el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por movimiento ocular) de Francine Shapiro funciona es algo indiscutible. Quienes trabajamos en la clínica con esta técnica podemos ver en el día a día de nuestros pacientes como su mejoría es evidente. Pero no solo nosotros, la técnica está avalada científicamente: Reconocida por organismos tan importantes como la APA (American Psychological Association) que la situó en la categoría   

de más alta eficacia y aval empírico en el 2004 hasta el reconocimiento como psicoterapia basada en la evidencia por el National Registry of Evidence based Programs and Practices (NREPP) en 2010 o la recomendación de la OMS (Organización Mundial de la Salud) de usar el protocolo EMDR en Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT).

Los estudios que confirman su eficacia son, sencillamente, contundentes. Por esto es una de las mejores técnicas que se puede usar para resolver los eventos traumáticos de las personas que acuden a terapia. Lo que se genera con ella es que el recuerdo no se borra, pero deja de activarse como si aún estuviera ocurriendo. Quien lo ha sentido sabe a qué me refiero.
 
Cuando vivimos algo traumático es como si el tiempo no pasara. Pudo haber ocurrido hace 10 años pero, cuando algo nos recuerda a ello en el presente, todo se repite como si estuviéramos en aquel momento. Sudores, escalofríos, ansiedad, tristeza, paralización, dolor. A veces no sabemos ni qué lo activa, pero nos sentimos mal, pequeños, vulnerables, fuera de lugar. Tenemos pesadillas y flashback. Recuerdos dolorosos, cosas que no conseguimos borrar ni superar.

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La pregunta que surge ahora es ¿por qué el EMDR funciona tan bien? ¿Por qué nos ayuda a librarnos de nuestros traumas? ¿Por qué libera a la mente y al cuerpo de tensionarse como cuando ocurrió aquello que nos hizo daño? La respuesta está en el cerebro.

El EMDR se basa en la estimulación bilateral del cerebro, lo que los clínicos denominamos EB. Esta estimulación la hacemos de forma sencilla: se consigue generando estímulos que se captan a ambos lados del cuerpo, ya sean movimientos oculares (primera estrategia del EMDR), toques en las manos, rodillas u hombros, sonidos mediante auriculares que se van turnando de un oído a otro, o pequeñas y agradables vibraciones que generan ciertas máquinas especializadas, las cuales se sostienen en las manos, entre otras formas.

Esta estimulación bilateral surgió del estudio del sueño. No quiero aburriros con esto, pero es bueno explicarlo un poco para entenderlo. Los humanos dormimos y, cuando lo hacemos, soñamos. Pero resulta que no soñamos todas las horas que estamos dormidos, sino durante la fase REM, fase donde hay movimientos oculares rápidos (creo que cualquier persona que haya visto a alguien dormir sabe de lo que hablo).

En esta fase el cerebro tiene tanta actividad como cuando estamos despiertos. Saber qué nos quieren decir los sueños es algo que intriga al ser humano desde tiempos inmemorables. Pues bien, parece que, efectivamente, el sueño lo que quiere es resolver lo que nos preocupa. ¿Quién no se ha echado alguna vez con una preocupación descubriendo al despertar que aquello que le rondaba la cabeza ya no parecía tan grave o que incluso tenía solución? Algo que nuestro cerebro hace de forma natural, ¿por qué no usarlo entonces en la terapia? De ahí surge el EMDR, aunque os lo he simplificado mucho.

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Por qué funciona el EMDR

Pero ¿por qué la estimulación bilateral funciona en resolver los traumas del pasado? Nuevamente, voy a intentar resumirlo de forma fácil.

Nuestro cerebro es una estructura única formada por diferentes estructuras interconectadas, las cuales dependen unas de otras. Para que todo funcione bien la conexión entre unas estructuras y otras debe hacerse correctamente. La cuestión es que no nacemos con esas conexiones hechas, se producen en relación con el ambiente, especialmente relacionándonos con otros seres humanos. Para resumirlo mucho os diré que hay dos divisiones cerebrales básicas:

  1. Hemisferios cerebrales. El cerebro, si lo viéramos desde el cielo (como si una persona muy muy alta mirara desde arriba nuestras cabecitas), se vería dividido en dos partes: el hemisferio derecho y el izquierdo. El derecho es el hemisferio más emocional y creativo. El izquierdo es el más racional. Para que todo fluya ambos hemisferios deben estar conectados por el cuerpo calloso, estructura que comunica la información de uno a otro. Si mandásemos un paquete de una ciudad a otra, el cuerpo calloso sería la empresa de trasportes y los hemisferios las ciudades (por decirlo de manera simplificada).
  2. Cerebro triuno: Venimos de los animales decía Darwin. Y no se equivocó, nuestro cerebro es muestra de ello. Si el cerebro fuese visto de lado (como si alguien nos mira de perfil) se verían tres estructuras interconectadas, el cerebro reptiliano, el cerebro límbico o mamífero y la corteza o cerebro humano. El primero se encarga de las funciones básicas: el cuerpo. El segundo de las emociones y el tercero de la razón y el pensamiento. El primero y el segundo son evolutivamente más antiguos que el tercero. Pero es que además, el cerebro reptiliano y el límbico están muy desarrollados al nacer, no así la corteza. La corteza es la encargada de “calmar” a las emociones y a las sensaciones corporales. Pero si el trauma aparece en nuestro desarrollo esto no ocurre con normalidad, porque el trauma bloquea el desarrollo del cerebro. ¿Por qué? Porque la corteza y las conexiones neuronales “se producen” en la relación con otros humanos y el trauma se da precisamente en estas relaciones. Por lo tanto estas conexiones no se producen de manera adecuada.

Sabido esto es más fácil entender por qué el trauma no entiende de tiempo. Cuando experimentamos un trauma es como si nuestro cerebro “se dividiera”. Estructuras que normalmente funcionan juntas dejan de hacerlo. Algunas de ellas funcionan a menor actividad e incluso, si el trauma es repetido y se da tempranamente, hace que algunas estructuras no se desarrollen como deberían. Las estructuras cerebrales son las encargadas de que todo vaya bien en nuestra mente y nuestro cuerpo. El trauma impide esto.

La comunicación entre los hemisferios cerebrales deja de realizarse adecuadamente, el tálamo no funciona como debería, hay hiperactivación en otras estructuras… Vamos, que es como si en un coche lo sometemos a una temperatura o velocidad para la que no está preparado y empiezan a fallarle diferentes piezas del motor. Si las estructuras no funcionan o la comunicación entre ella se bloquea, no podemos sentirnos bien ya que el cerebro es el que controla todo lo que nos pasa.

Es como si tuviéramos atascos de tráfico que incomunicaran las ciudades, y que estas ciudades, a su vez, estuvieran en crisis económica. Gracias a la estimulación bilateral estos efectos que el trauma tiene en el cerebro parecen revertirse, así lo demuestra la neurociencia. Poco a poco aumentamos la relajación, la tolerancia al recuerdo y se van apagando las emociones asociadas a él. Los recuerdos ya no nos inundan y el cuerpo se va liberando de las heridas del pasado. Pero aunque el EMDR es tan eficaz, no es una terapia que pueda usarse sola. Debe ir acompañado de un buen marco terapéutico que la sostenga, como pueden ser el Psicoanálisis, las Terapias Humanistas o la Cognitivo-Conductual, y utilizada por profesionales debidamente acreditados. Al fin y al cabo no curan las técnicas, curan los terapeutas, porque el daño que hizo un ser humano solo puede repararlo otro ser humano.

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Autora: Sara Sarmiento
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